Daniel Adum pinta ideas de irreverencia para Guayaquil
En tierras de ‘Nadiel’ las paredes tienen chanchos rojos, negros, blancos. Los cuadros de colores hace mucho desterraron al gris. Su trabajo - explica de cara a los murales en su patio- “está volcado a generar reflexión sobre el arte y sobre la belleza”, pero ahí no acaba.
Está sentado sobre uno de los escalones que conducen a la entrada de su casa, ubicada en Lomas de Urdesa, en Guayaquil. Allí vivió con su familia hasta los 13 años. Se mudaron. Más tarde él volvió a este departamento que considera su espacio “fundacional” y que alterna con largas estadías en la playa.
Daniel Adum Gilbert, guayaquileño de 38 años, es un personaje casi mítico de la escena local. De su ‘stencil’ y aerosol se originó la Chanchocracia: esos pequeños cerdos que en 2004 aparecieron en paredes de Guayaquil y Samborondón y desataron un episodio de paranoia colectiva.
También es de su autoría Litro x Mate. Una iniciativa que en 2011 provocó un episodio de creatividad colectiva; esos cuadros de colores “inofensivos en su estética”, pero con discurso que tiene que ver “con la política, el poder, la libertad” y que sacaron de quicio a más de una autoridad municipal.
Con el ‘sinceptualismo’ - modo en que define su trabajo - satiriza la necesidad de intelectualizar y conceptualizar toda intención artística y, aunque disfruta de “pintar por pintar y hacer que ese momento sea el cielo”, busca que obras como aquellas tengan una función social. En este sentido, el arte es para él una forma utilitaria de proponer ideas para transformar la ciudad.
‘DAG’, como lo conocen por su firma y ‘Nadiel’, por su sobrenombre, es también fotógrafo, diseñador y escritor. Hace cuatro años publicó su primer libro, ‘La verdadera mentira de la chanchocracia’: el registro de cómo una serie de graffitis que realizó en la urbe, se transformaron en una amenaza ficticia - vinculada al pandillerismo - que alarmó a los ciudadanos.
Y hace dos, lanzó su libro ‘Urdesa’. Un recorrido nostálgico por el barrio en que creció y donde a través de la fotografía expone la desaparición de las icónicas casas que alguna vez lo poblaron, estructuras que considera patrimoniales. Y lo hará, asimismo, con Litro x Mate: el motivo de su tercer libro.
“Bueno ahora retome toda esta nota”, explica Daniel en alusión al proyecto. Los últimos murales se hicieron en 2012. Durante esa pausa, en que seguramente se cocinaban varias ideas o se ultimaban detalles para su nueva publicación, Sebastián Cordero, buscaba a uno de los personajes centrales para su nuevo filme.
Lo contactaron. Fue al casting. Lo escogieron. Tras este proceso, en 2015 emprendió su primera experiencia actoral y se preparó para interpretar a Emilio Baquerizo en ‘Sin muertos no hay carnaval’, el filme que La Academia de las Artes Visuales y Cinematográficas del Ecuador seleccionó para buscar un espacio en la próxima edición de los Premios Oscar.
De Daniel a Emilio
Talleres de actuación, clases para aprender a disparar armas y hasta de box. Daniel se preparó por cinco meses para interpretar a Emilio: un tipo acaudalado, dirigente del equipo de fútbol más popular del país, que busca recuperar las tierras de su padre que fueron invadidas y se involucra en una serie de conflictos legales y éticos en el camino.
Sobre esta transición comparte una anécdota: una de las primeras escenas de la película que ejecutó durante un taller en México. “De una me pusieron a hacer una escena con una chica a la que tenía que coquetearle”, cuenta mientras se fuma un cigarrillo.
Lo hizo frente a 40 personas: actores, productores, directores consagrados de ese país. “No me fue tan bien porque todavía no lo tenía cachado a Emilio. Tenía una visión de él un poco más dura”, explica sobre este primer acercamiento a su rol.
Ahora cuando dice “Sebastián vio a Emilio en mí”, entiende que su personaje tiene esta sensibilidad que a él lo caracteriza naturalmente. Y eso fue lo que se mantuvo intacto durante el proceso de construcción del personaje.
Para volverse Emilio conversó con el director y con el guionista de cosas que no aparecen en el largometraje con el fin de elaborar una historia sobre su pasado, ser capaz entenderlo y de comportarse como él.
“Sí, la parte sensible que tengo es la parte sensible que Emilio tiene, pero él no lo puede explotar: no lo convierte en arte”, aclara. Para él, su personaje lo lleva más hacia el lado humanista, de preocupación por el otro: en la película quiere recuperar sus tierras, pero se preocupa por la reubicación de las familias que las habitan.
Daniel asegura que su batalla es por un Guayaquil inteligente. Uno capaz de sensibilizarse y entender su entorno: “que entienda que el estero debe estar vivo, que tiene que haber árboles, que tenemos que caminar y usar las calles con libertad”.