Acoso sexual universitario,
5 emociones para contarlo
Los sentimientos aquí rescatados fueron los que más se repitieron en las entrevistas con alumnos que en algún momento fueron acosados. No solo son Cristina, Antonella o Sergio, sino más realidades que han tenido que soportar una situación incómoda en las aulas de clases.
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TEMOR
Decir acoso sexual es una mala palabra que no se reconoce en los pasillos: “No, no he sabido de nadie”. “En mi clase no ha pasado”. Sucede que es como un teléfono descompuesto. A la mención del acoso sexual, la comunicación se interrumpe: el otro deja de contestar, ya no lee los mensajes o dice: “Más luego”; “Prefiero no hablar de eso, sinceramente”; “No tiene caso denunciarlo ahora”.
Del tema se huye. No hay ni conversaciones ni cifras oficiales. En Ecuador, una de cada cuatro mujeres ha pasado por violencia sexual. Dato que ya queda lejano porque fue parte de un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) en 2011. Aún así ahí nada se habla de acoso sexual, considerado también como un tipo de violencia sexual. Una violencia que tiene escalas, que sube de tono y paraliza.
Mercedes, por ejemplo, empezó diciendo que sí le había pasado. Tres veces canceló la entrevista para conversarlo. En una ocasión la llamé y estos fueron los únicos detalles que comentó: “Me besaba la mano, me pedía que le regale besos…”. Era un profesor con el que tuvo que repetir una materia. El pedido que hizo ella, lo hicieron casi todos: “No vayas a poner mi nombre, aún no me gradúo”. “Cuidado que estoy en tesis todavía”.
Hay silencio, pero eso no impide que esa violencia sea medible. El Instituto de la Mujer de España diseñó una escala en 2006 de cómo se presenta el problema: interacción social de contenido sexual, chantaje sexual, acoso sexual de componente verbal y acoso sexual de componente físico. Cuatro factores que asisten a clases y son desconocidos.
- ¿En serio te pasó eso en la U?
- Sí, pero ya ese profesor murió. Era un viejo decrépito.
CORAJE
- Un profesor no está para otra cosa que no sea educarte.
A esa conclusión llega Luisa después de hablar 15 minutos sobre el docente de una materia que le tocó ver cuando tenía 19 años. Como era acerca de Teatro, le pareció genial, pero esa idea cambió cuando los mensajes que recibía de parte de su profesor por WhatsApp ya no eran avisos de tareas o eventos: “Me he dado cuenta de que eres diferente a las demás”. “Si un día tienes problema para presentar una tarea, avísame”.
Solo se animó a bloquear su número cuando supo qué había pasado. “Era tanto el asco, pero no pasó a mayores por mi actitud. No sé qué habría pasado si fuera una chica sumisa”.
Esa característica de sumisa se relaciona con las condiciones de vulnerabilidad que podría cumplir una estudiante que vive acoso sexual: mujer de provincia, que vive sola, que tiene bajas calificaciones, que necesita puntos para pasar. Cuatro condiciones que enumera Milena Almeida, que aclara no son una regla, pero que se derivan de los casos que ha conocido como directora del Instituto de Género de la Universidad Central.
El acoso sexual, sin importar la edad, sucede e incomoda. “El aula de clases es un escenario donde se dan conflictos debido a las relaciones de poder”, reflexiona Almeida, quien asegura que es muy diferente al acoso que se vive en escuelas y colegios. El trato en la U es exclusivo entre personas adultas: uno presionando para conseguir algo sexual y el otro, diciendo no, basta, que ya fue suficiente. Ya, hasta aquí.
Las denuncias, sin embargo, no son un recurso popular entre los adultos que viven acoso. Por ejemplo, la Universidad Estatal de Guayaquil, siendo la más poblada en Ecuador con 70.000 estudiantes, apenas tiene 28 casos denunciados en 2017 por violencia de género y de ellos, solo 11 son por acoso sexual en los que al menos un profesor estuvo involucrado.
DOLOR
- Allá también pasa lo mismo, no importa que sea una universidad católica.
Es la respuesta de Francheska, tras escuchar testimonios de sus compañeras. Ella estudió un par de semestres allí y luego se cambió a una universidad pública. Recuerda a un cura con afinidad hacia sus compañeros varones, con quienes llegaba a veces en su carro.
“Lo terminaron botando, pero todo fue en silencio. Dijeron que se había ido hacer otro PhD a Italia, pero en realidad lo sacaron porque acosó a un alumno”.
Francheska no precisa el año exacto en que ocurrió esto, aunque sabe que la materia era Estilística Jurídica. Memoria que solo es posible recuperar cuando la puerta tiene picaporte, se ha hecho la advertencia de que nadie más entre y tres alumnas cuentan lo que han visto, y lo señalan como un asqueroso “secreto a voces”. Francheska incluso vuelve al colegio, al momento en que un profesor le tocó la pierna y en la fiesta de Navidad, le robó un beso. Tenía 14 años.
Lo que a ella le hicieron es un delito. Lo que han pasado sus amigas ahora a sus veintitantos, también. Ese delito se encuentra tipificado en el artículo 166 del Código Orgánico Integral Penal (COIP):
“Solicitud de algún acto de naturaleza sexual, en el que la persona que comete la infracción aprovecha de su cargo laboral, docente, religiosa, tutor, curador, profesional de la salud o educación”.
Fuera de esas mil y un definiciones que se le da al acoso sexual para que quede claro, cuando se pregunta a las autoridades, la mayoría de respuestas tiene que ver con celeridad. No ha miedo, hay apremio por resolver porque históricamente frentear el acoso es una deuda.
INDIGNACIÓN
Hacer una denuncia es más que reunir valor. Cuando se acumula el coraje para explicar ante otros lo sucedido, viene también el tiempo que habrá que esperar. Hay casos que llegan directamente a Fiscalía, al Consejo de Educación Superior (CES) y otros que se resuelven desde Bienestar Estudiantil.
Fiscalía es la entidad que recibe más casos. Sumando las 24 provincias del país y contabilizando de enero a junio de 2018, son 1.072 denuncias por acoso sexual. De manera general, porque no hay un filtro que especifique dónde sucedió el acoso.
Patty eligió ignorar esas tres vías de denuncia. Lo que le pasó a ella, lo supo después, ya le había pasado a otras. La solicitud para ser secretaria de un profesor la recibió en su tercer semestre de Derecho. Se lo pidió a ella directamente y optó por decirle que sí.
- “Claro, pero siempre se iba por las mejorcitas”.
La interrupción la hace el novio de Patty. Ella, estudiante de 21 años, cabello crespo y caderas anchas. Él volverá a intervenir una vez más:
- “Ella se encontró en las escaleras de la facultad al profesor. Lo saludó, estiró la mano por educación y el docente la haló, el beso fue casi en la boca”.
Aunque permanece retirado en un sillón, está molesto. Le pidió más de una vez a Patty que lo denuncie y ella no lo hizo. A él, ese mismo profesor también le bajó las calificaciones y solo se detuvo cuando habló con otro docente, que tuvo que intervenir para que su colega dejara de insistir. Desde entonces, si lo ven, lo ignoran.
La historia hubiese sido diferente si Patty denunciaba. Primero, porque se habría enterado lo que el artículo 207 de la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES) dispone como posibles sanciones hacia profesores que cometen faltas: amonestación del Órgano Superior; pérdida de una o varias asignaturas; suspensión temporal de sus actividades académicas; separación definitiva de la institución. Segundo, que el acoso sexual es una falta grave y tercero, que una vez iniciado el proceso disciplinario, el Órgano Superior de la universidad debía resolver en 30 días. Esa es la teoría.
DESCONFIANZA
Expreso consultó con 13 universidades, de las 60 que hay en todo el país, para saber tres cosas: si tenían o no protocolo para prevenirlo, cómo alguien acosado hace la denuncia y las estadísticas de casos internamente.
La conclusión fue que la Universidad Central y la Escuela Politécnica del Chimborazo, son las únicas dos de este grupo que tienen su propio protocolo diseñado a su medida. Dos no nos brindaron información. Tres han reemplazado el protocolo por un código de ética. Tres están en desarrollo y dos, simplemente no cuentan con uno.
Lo de los protocolos, sin embargo, es un boom al que Carla no alcanzó. Se dice boom porque en mayo del 2018 el CES elaboró uno y sugirió a las universidades que generen los suyos. Carla vivió acoso sexual en la Universidad Casa Grande en 2016 y no avanzó a tener esa idea de protección que los documentos oficiales aportan.
- "Una vez estuvimos en Mall del Sol y pasando por una tienda de lencería erótica, me dijo literalmente: 'yo te quiero ver vestida así’”.
Sintió que le pidió un favor sexual, se avergonzó y eso que habían ido hasta ese centro comercial en grupo, como parte de la materia. Lo que hizo fue ir hasta el decanato y contar lo que estaba pasando. El Decano le dio la opción de que falte a clases y mande sus tareas vía correo. Su coordinadora prefirió no hablar. “Se quedó callada e hizo como si nada”, cuenta Carla. De todas formas a ese docente lo tuvo que ver dos veces, en primer y cuarto año de su carrera.
Casos como el de Carla nunca sobrepasaron las paredes de sus universidades. El CES aunque es el máximo organismo donde estudiantes, docentes o la persona que se sienta vulnerada por situaciones de acoso sexual puede acudir, no ha recibido en este 2018 ninguna apelación por temas así. Ninguna.
De las resoluciones que como CES emiten, sin embargo, hay una que los enfrentó con la Universidad Central. Fue un recurso presentado por un magíster, destituido por acoso sexual en 2013 y señalado por al menos tres alumnas. “Presentaron una denuncia y las evidencias no necesariamente son lo suficientemente contundentes para corroborar los testimonios”, explica Catalina Vélez, presidenta del CES, organismo que le dio la razón al profesor, devolviéndolo en su cargo. La decisión llegó en 2016, es decir, 1.095 días resolviendo, lo que por ley debería tomar 60.
Vélez asegura que eso fue inaceptable e insiste que se trabaja en la celeridad de los procesos. También en convenios: uno de inclusión con el MIES y otro para estudiar la violencia de género en las universidades. Sabe que existe, que es un problema social y esa es la razón de ser del Comité Consultivo liderado por la Cooperación Alemana. La meta es que no se quede en papeles ni el protocolo de prevención en documentos de requisito. Afuera hay desconfianza.